13 - 29 de junio: emplazamiento de las primeras cuatro baterías inglesas.

Adueñado del cerro de la Cabaña, el 13 de junio lord Albemarle ordenó a su hermano, el mariscal de campo sir William Keppel, el inicio del asedio y ataque al castillo del Morro. Con el parecer de su jefe de Ingenieros, Patrick Mackellar, y para batir todo el frente de tierra del castillo, Keppel decidió construir una batería de 10 cañones de a 24 pulgadas a unos 250 pasos de distancia de la fortaleza, en el centro de la explanada; más retrasada y a su izquierda construyó una segunda batería con 9 cañones de a 24, y una tercera batería con dos morteros de a 14, emplazada detrás de la primera, de forma que los trabajadores de la segunda y tercera pudieron refugiarse en el cercano bosque.


Las cuatro primeras baterías inglesas construidas en el cerro de la Cabaña (Fuente: Elaboración propia sobre un mapa de la Biblioteca Virtual de Defensa, Ref: Ar.J-T.5-C.4-106).

Los trabajos de los ingleses fueron bastante duros y penosos, debido a la fuerte consistencia del terreno, a la absoluta falta de agua en el cerro de la Cabaña, al sol abrasador de junio que caía a plomo sobre los soldados y a los ataques de los españoles. A pesar del calor, la sed, la fatiga y las bombas españolas, los ingleses trabajaron incansables sin dar signos de debilidad o desavenencias entre ellos, acarreando materiales y municiones y trasladando poco a pocos sus arsenales y almacenes desde el campamento del Cojimar hasta el cerro de la Cabaña.

Desde la Habana, el capitán general Portocarrero trataba de obstaculizar los trabajos de los ingleses. Los españoles disparaban constantemente sobre los zapadores ingleses y trabajadores negros “contratados” que trabajaban en el cerro de la Cabaña con fuego de fusilería desde el castillo del Morro, y con metralla y bala rasa desde los cañones de los castillos del Morro y de la Fuerza, desde la batería de San Telmo, en la ciudad, causando constantes bajas entre los ingleses. La fragata La Perla se unió al fuego desde el canal de acceso a la bahía. Los navíos San Genaro y San Antonio disparaban desde el muelle de la caballería.

Los cuatro navíos anclados en la ensenada de Marimelena (Tigre, Aquilón, Infante y Soberano) disparaban constantemente sobre los trabajos de fortificación ingleses. Para contrarrestarlos, lord Albemarle ordenó la construcción de una cuarta batería de cañones y morteros orientada hacia la ensenada y la bahía para batir los barcos españoles, además de para hostigar y eliminar las aproximaciones de hombres, municiones y pertrechos que desde la plaza se pudieran hacer al castillo del Morro. Entre los días 24 y 25 de junio esta batería disparó un centenar de disparos sobre los navíos españoles, alcanzando al Aquilón, que estaba al mando del capitán de navío don Vicente González-Valor y Bassecourt, marqués de González, y ocasionándole graves desperfectos. Los navíos tuvieron finalmente que refugiarse en las dos ensenadas del fondo de la bahía, la de Guasabacoa y la de Atarés.

Los ingleses sufrieron unas mil bajas en la construcción de las cuatro baterías en el cerro de la Cabaña, ocasionados por los disparos de los españoles, por el cansancio, siendo atacados algunos de ”fulminante apoplejía” o muertos o postrados con fiebres ”por el vómito que empezaba a cebarse en sus lozanas filas”.

Los ingleses no esperaron a tener finalizadas sus baterías para comenzar a disparar, sino que comenzaron el bombardeo sobre el Morro y la ciudad en cuanto se lo iban permitiendo las piezas emplazadas y montadas. El 17 de junio, cuatro días después de iniciados los trabajos, lord Albemarle envió un oficial con bandera blanca hacia el castillo del Morro para parlamentar, pero, al ser avistado, los españoles le hicieron señales de que no querían recibirle ni hablar nada sobre capitulación. Iniciado el cañoneo sistemático sobre el castillo, los ingleses comenzaron a realizar daños en los muros y baluartes del castillo, ocasionando numerosas bajas en su guarnición y muchos desperfectos en la mampostería, que eran reparados por la noche por los españoles. Esta dinámica que duró semana y media mientras los ingleses perfeccionaban y completaban sus trabajos; con este castigo incesante sobre el castillo, los ingleses lograron además destruir el almacén del Morro el 23 de junio.

En el campo exterior de la Habana tan solo se obtenían éxitos puntuales y nada definitivos contra los británicos. El coronel Caro no hizo nada importante con su escasa fuerza de dragones; reunió una fuerza de voluntarios con los campesinos que habían acudido a la defensa de la ciudad y los encuadró como Lanceros de Santiago de Cuba, sumándoles a sus dragones; eran hombres con poca o ninguna instrucción militar, pero dotados de moral y valor, con los que el coronel Caro atacó en varias ocasiones a los ingleses, una de ellas desde el propio castillo ”con sable en mano y bolvieron con 7 prisioneros, entre ellos un Sargento de Bombarderos”[01]. Por su parte, las milicias voluntarias fueron incapaces de atacar a los ingleses en el cerro de la Cabaña de forma regular y ordenada, pues su indisciplina y desobediencia les hacía ”inútil con cualquier especie de armas, en cualquier puesto y de todos modos”. El capitán de navío Madariaga no pudo hacerse con ellas y se dedicó tan solo a trabajos de abastecimiento de la ciudad.

A pesar de ello, las partidas de Benet y Pepe Antonio y los voluntarios de los coroneles Aguiar y Chacón atacaban constantemente a los británicos expuestos en los campos de los alrededores, aumento con ello las bajas inglesas. Pepe Antonio atacó con sus milicianos a los ingleses y se apoderó de un destacamento que había salido a forrajear y buscar reses para carne, de forma que el 13 de junio introdujo en la Habana un grupo de 83 prisioneros enemigos; su partida mató más de 300 ingleses en el mes de junio. José Bernet, El Jerezano, hostigaba a los ingleses que hacían aguada en el río Chorrera, matando marineros y oficiales que se ponían a su alcance, haciendo incluso prisionero a un tal capitán Walker.

Por su parte, el capitán de navío Madariaga consiguió evitar que los ingleses acampados a derecha e izquierda de la ciudad se abastecieran de reses y caballos para carne, pues puso todo su empeño en que los ganaderos y dueños de estancias trasladaran sus ganados y frutos al interior del país. No obstante, el 19 de junio los ingleses lograron entrar y saquear el poblado existente junto a la iglesia de Santa María del Rosario, situada a unos 15 km al sudeste de la Habana.

El almirante Pocock completaba el castigo efectuado desde el cerro de la Cabaña con el bombardeo sobre la ciudad desde sus barcos, donde arrojó más de dos mil proyectiles en aquellos días, que no fueron más porque los cañones de los castillos del Morro y de la Punta mantenían los barcos ingleses a distancia. Además, dueño absoluto de las costas de Cuba debido al encierro de la escuadra española en la bahía de la Habana, el almirante Pocock despachó una fragata inglesa para patrullar las aguas septentrionales entre el cabo San Antonio y la Habana y dar la alarma ante la llegada de posibles barcos de socorro procedentes de Veracruz; también despachó una segunda fragata para patrullar la costa meridional de la isla, atenta a posibles socorros procedentes de Tierra Firme, de las islas Antillas e incluso de las costas del sur de Cuba; por último, Pocock envió tres balandras para cañonear Batabanó, defendido por el teniente Carlos Desaus con seis cañones; tras el ataque, los ingleses se retiraron y por el camino apresaron una galeota mercante cargada de frutas.

El 28 de junio, la fragata Venganza y el bergantín Marte, conducidos por el capitán de fragata don Diego Argote, navegaban desde Tierra Firme hacia la Habana ajenos a toda noticia del ataque inglés. Fueron interceptados por un escuadrón inglés formado por los navíos Defiance y Hamptoncourt y nueve fragatas y bergantines, que les persiguieron hasta el puerto de Mariel. Allí el capitán de fragata hundió una urca y una goleta en la entrada de la bahía, pero los ingleses consiguieron forzar la entrada. El capitán de fragata Argote barrenó sus dos buques y desembarcó con sus tripulaciones y sus armas para dirigirse a la Habana y unirse a su defensa. Los ingleses consiguieron evitar el hundimiento de la fragata y bergantín españoles y se apoderaron de ellos.

Después de más de dos semanas de duros trabajos protegidos con parapetos de alpacas y faginas para protegerse de los fuegos que sobre ellos les hacían los españoles, el 28 de junio los ingleses finalizaron la construcción de las cuatro baterías proyectadas.

30 de junio: contrataque español en la Cabaña.

Los ataques de los ingleses sobre el castillo del Morro obligaban al capitán de navío Velasco a constantes trabajos de reparación realizados por las noches, por lo que solicitó ”con toda la vehemencia de su genio”, un ataque coordinado desde la plaza y el castillo contra los trabajos ingleses, a lo que accedió el gobernador Portocarrero y la junta de guerra.

El plan consistía en el desembarco de 640 hombres al mando del coronel Arroyo para atacar por sorpresa a los ingleses y destruir las cuatro baterías; la fuerza se dividió en tres grupos: uno al mando del coronel Arroyo, otro al mando del teniente coronel Ignacio Moreno y un tercero que consistía en la compañía de granaderos del capitán Nicolás Amer, del regimiento de España. A las 02:00 horas del 30 de junio los dos primeros grupos, tras cruzar la bahía y desembarcar en el atracadero del Cabrestante, situado a medio camino entre el castillo y la batería de la Divina Pastoria, atacarían las guardias que defendían dos baterías, mientras que la compañía del capitán Amer, tras entrar en el castillo del Morrro, saldría de la fortaleza reforzada con 50 soldados más del mismo regimiento de España que estaban en el castillo, armados con picos y azadones para destruir y clavar los cañones enemigos. El ataque sería apoyado por un segundo desembarco que haría una cuarta columna al mando del teniente de navío Francisco del Corral formada por 400 soldados de Aragón y otros cuerpos en el horno de la Barba, situado en la falda del cerro de la Cabaña, para destruir la batería que cañoneaba la bahía.

A medianoche del 29 de junio las columnas del coronel Arroyo y el teniente coronel Moreno desembarcaron en el punto indicado, a medio camino entre la batería de La Pastora y el castillo, y la del teniente de navío Corral hizo lo propio en su lugar acordado. A las 02:00 horas del 30 de junio las cuatro columnas españolas atacaron simultáneamente a la bayoneta los primeros puestos ingleses, lo que dio la alarma al resto, que se puso inmediatamente sobre las armas. A pesar del ímpetu de los españoles y de la sorpresa obtenida, el ataque fracasó por la superioridad numérica de los ingleses, que en número de 4.000 defendían las baterías y que enseguida se repusieron y repelieron a los españoles. Las fuerzas del capitán Amer y del coronel Arroyo pudieron refugiarse en el castillo, pero el resto se desbandó y huyó por el cerro de la Cabaña. Las tres primeras columnas sufrieron 38 muertos y 65 heridos, entre ellos tres capitanes, más un cuarto que quedó prisionero; la cuarta columna sufrió 37 bajas entre muertos y heridos antes de replegarse al embarcadero; el teniente coronel Moreno, el teniente de navío Corral y su segundo Juan de Lombardón resultaron gravemente heridos. Los ingleses sufrieron numerosas bajas en el ataque inicial y posteriormente debidos al fuego de los cañones del Morro, que protegieron la retirada de las columnas del coronel Arroyo y del capitán Amer e impidieron su captura por los británicos.

El mariscal Keppel empleó todo el día 30 de junio en refinar los trabajos de emplazamiento de la artillería y repasar los detalles del ataque que lanzaría al día siguiente por tierra en coordinación con el que lanzaría el almirante Pocock por mar, mientras continuaba el cañoneo del castillo lanzando aquel día medio millar de bombas sobre su recinto.

1 de julio: el ataque inglés al Morro, por tierra y por mar.

Al atardecer[02] del 1 de julio comenzó un sistemático cañoneo desde las cuatro baterías emplazadas por los ingleses en el cerro de la Cabaña, mientras que los navíos Cambridge (80), Dragon (74), Malborough (70) y Stirling Castle (64), al mando del capitán de navío Hervey (a bordo del Dragon), se colocaron frente a la fortaleza en disposición de disparo. Entre los cuatro contaban con 288 piezas de grueso calibre, casi diez veces más que los que tenían los españoles en aquel frente; en el baluarte de Santiago los españoles solo tenían 18 piezas en una batería alta y 12 en otra batería baja. El capitán de navío Velasco ordenó a su segundo del ejército, el comandante Bartolomé Montes, que dirigiera la defensa en el frente de tierra mientras él lo hacía en el frente de mar.


Cuadro que representa la derrota inglesa frente al castillo del Morro el 1 de julio de 1762, pintado por Rafael Monleón y Torres (1843-1900). (Fuente: copia de la Biblioteca Nacional de España. El original se expone en el Museo Naval, Madrid).

El navío Stirling Castle abandonó la formación y se retiró (no sabemos las razones), pero el resto abrió fuego contra el castillo a las 20:00 horas. Los españoles contestaron, siendo capaces de sobreponerse al huracán de fuego que caía sobre ellos e ir poniendo fuera de combate a los navíos gracias a su mejor puntería. En el Cambridge murió su capitán, un tal Goostrey, y su sucesor, un tal Lindsay, se acercó tanto a la fortaleza y al baluarte de Santiago que ”en momentos se vio sin timón ni arboladura, inundadas de agua sus bodegas y de sangre sus cubiertas”. No se fue a pique porque el Malborough se acercó a remolcarle y sacarle hacia atrás. Le sustituyó el Dragon, que pretendía saltar la fortaleza desde el mar y resultó tan dañado como el Cambridge, si bien logró desmontar algunas piezas de artillería en la fortaleza.

Por el frente de tierra no les fue mejor a los ingleses, pues los cañones de los baluartes del castillo fueron desmontando los cañones enemigos. Los cañones del castillo de la Punta, al mando del capitán de navío Briceño, y de la batería de San Telmo, al mando del capitán de Artillería José Crell de la Hoz, contribuyeron al éxito de la defensa, que costó a los españoles 130 bajas entre muertos y heridos. El ataque duró seis horas. Tras el fracaso de ambos ataques, los británicos se retiraron: perdieron en el ataque por tierra más de 300 soldados, cifra a la que hay que sumar los numerosos muertos y heridos del Cambridge y el Dragon.

Por la noche la guarnición del Morro fue relevada. El capitán de navío Velasco aprovechó las horas de obscuridad para reparar los parapetos con maderas traídas del Arsenal, reparar las cureñas o reemplazarlas por las de repuesto y volver a montar los cañones.

2 - 30 de julio: se reanuda el asedio inglés.

Tras el fracaso del ataque por tierra del día anterior, el 2 de julio el mariscal Keppel mandó construir nuevos reductos y redobló la intensidad del cañoneo sobre el castillo, logrando desmontar la batería española intermedia del frente de tierra.

  • Tras abandonar su segunda batería (letra B) por haber sido destruida por el fuego de cañón del castillo, los ingleses la reemplazaron construyendo otra de cuatro cañones a mitad de camino hacia la primera batería (letra C), además de mantener la primera y cuarta baterías (letras A y X).

  • Entre el antiguo emplazamiento de la segunda batería y el acantilado sobre el mar construyeron otras dos baterías de cuatro y cinco cañones (letras D y E).

  • A la derecha de estas dos y sobre el acantilado construyeron otra batería con tres cañones (letra F).

  • Construyeron cuatro baterías de morteros (letra J), que fueron cambiando de emplazamiento en función del fuego de respuesta los españoles.

Los ingleses construyeron una trinchera con cestones (letra I) en el lado derecho de cerro de la Cabaña, lindando con el mar, para poder aproximarse al frente de tierra del castillo del Morro y a su camino cubierto[03].


Baterías de cañones y morteros construidas por los ingleses en el cerro de la Cabaña tras el fracaso del ataque del 1 de julio (Fuente: Elaboración propia sobre un mapa de la Biblioteca Virtual de Defensa, Ref: Ar.J-T.5-C.4-106).

Una vez llegados al frente de tierra, los ingleses construyeron una trinchera abierta (letra H) sobre el glacis, paralela al frente de tierra, con ramales de aproximación al camino cubierto, a la que se accedía desde las nuevas baterías de la derecha del dispositivo inglés a cubierto del fuego de fusil de los españoles gracias a una línea de cestones a vanguardia hasta la trinchera (letra I), en la que se entraba por dos entradas cubiertas con cestones (letras K y L). A la salida de uno de los ramales, y sobre el camino cubiert,o los ingleses construyeron un parapeto (letra P) a cuyo amparo realizaban fuego de fusilería sobre los defensores.

Muy cerca del camino cubierto, en el lado del mar, los ingleses colocaron un cañón (letra G) protegido con cestones (letra O) que además favorecía el fuego de fusil inglés. Cercano a él colocaron otro cañón para disparar contra la zona izquierda del castillo desde donde los españoles disparaban de flanco a los ingleses en el otro extremo del frente de mar.


Trinchera abierta por los ingleses paralela al frente de tierra del castillo del Morro, con sus obras auxiliares (Fuente: Elaboración propia sobre un mapa de la Biblioteca Virtual de Defensa, Ref: Ar.J-T.5-C.4-106).

Los cañones españoles contestaron al fuego de los británicos del día 2 de julio, y sus bombas lograron incendiar la trinchera, cuyos materiales estaban muy secos después de catorce días expuestos a un sol de justicia. Las obras inglesas ardieron durante dos horas. En su diario, el jefe de Ingenieros Patrik Mackellar escribió que aquello fue un ”funesto golpe”, que se sumó a las pérdidas que estaba sufriendo el ejército por las enfermedades contraídas en Martinica, el calor, la sed y las penalidades sufridas, que habían reducido el ejército a la mitad tras dejar postrados a cinco mil soldados y tres mil marineros.

Los británicos se repusieron, repararon los destrozos y prosiguieron la construcción de sus paralelas. El 4 de junio renovaron el cañoneo con tal furia que por la tarde habían acallado los cañones españoles del frente de tierra y derruidos ”sus débiles parapetos y garitas, y muerto o herido un centenar de sus defensores.” La tónica de los ataques se repitió los días posteriores, siendo atacados también por mar a distancia, de forma que por las noches Velasco reparaba los desperfectos y Portocarrero enviaba hombres de reemplazo al castillo.

El 8 de julio se presentaron en la Habana unos 400 hombres encuadrados en siete compañías de milicias de Villaclara y Sancti Spiritus, ”armados y con algunos caballos”, enviados por el teniente gobernador de Puerto Príncipe, Juan de Landa[04]. El capitán de navío Madariaga les unió otros 400 milicianos voluntarios de la Habana y los sumó a la defensa de la ciudad, sobre la que llovían las bombas inglesas lanzadas desde el cerro de la Cabaña.

El 14 de julio el capitán de navío Velasco recibió una fuerte contusión en la espalda, de forma que al día siguiente tanto él como el capitán de fragata Ignacio de Orbe y el comandante Bartolomé Montes, ”los tres rendidos de fatiga y sin haberse desnudado en más de un mes”, se retiraron a descansar a la ciudad, siendo el comandante Montes ”después de Velasco, el alma principal de la defensa.” Fueron relevados por el capitán de navío Francisco de Medina, del navío Infante, el capitán de fragata Diego de Argote, de la fragata Venganza, y el capitán Manuel de Córdoba, del regimiento España. Tres días después el comandante Montes regresó al castillo para continuar combatiendo.

Los defensores del Morro, agobiados por el bombardeo y disparos ingleses, decidieron no contestar directamente al fuego de los cañones ingleses, sino aguantar, parapetarse detrás de las cortinas y los baluartes, reparar los parapetos y tratar de disparar al abrigo de ellos. De esta manera, entre el 15 y el 24 de julio los defensores sufrieron tan solo 250 bajas, mientras que los británicos, sin ser molestados por los españoles, emplazaron dos baterías nuevas en sus paralelas. Al mismo tiempo, el jefe de Ingenieros MacKellar trabajaba sin riesgos ni ser molestado en dos minas excavadas en ambos extremos del frente de tierra; la excavada debajo del baluarte del mar, el baluarte Texeda, avanzaba lento pero seguro, pero la que debía excavarse debajo del baluarte que daba a la bahía, el baluarte Austria, no avanzaba debido a la dureza del terreno, todo de roca y piedra dura.

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Habíamos dejado a los barcos ingleses cañoneando La Chorrera por el oeste de la ciudad y desembarcando en Punta Brava el 11 de junio, para posteriormente avanzar hasta la loma de Aróstegui y la caleta de San Lorenzo. El cuerpo desembarcado quedó al mando del coronel Howe, que puso su puesto de mando en la loma y adelantó sus trincheras hasta San Lorenzo y debajo de San Antonio, manteniéndose a la vista de la vista de la ciudad entre 4 y 6 km de distancia. Desde ese momento, apoyado por la escuadra inglesa, el coronel Howe se dedicó a hostilizar al castillo de la Punta y dos de los baluartes del norte de la muralla, llamados Ángel y Punta. Para ello emplazó una batería de gruesos cañones con los que disparar contra la ciudad. Además, viendo que tenía alcance sobre la entrada del canal y la bahía, disparó también contra los movimientos de comunicación por el canal entre la ciudad y el castillo del Morro a partir del 15 de julio.

En el campo exterior, el capitán de navío Madariaga trató de imponer su autoridad sobre las compañías y partidas de milicias y con ellos atacar a los ingleses, pero no lo consiguió. No obstante, el 18 de julio el coronel Aguiar logró un pequeño éxito sobre este cuerpo de ataque inglés. Tras obtener el permiso del gobernador Portocarrero para eliminar la batería inglesa de San Lázaro, decidió atacar este punto con dos compañías, una de miqueletes recién creada con voluntarios catalanes, al mando del capitán Fernando Herrera del regimiento España, y otra compañía de negros escogidos. Dos horas antes del amanecer el coronel avanzó sigilosamente al frente de sus hombres desde la puerta de la Punta. Al llegar a San Lázaro, los españoles sorprendieron a los guardias, mataron a más de veinte ingleses e hicieron huir al resto, hicieron prisionero al jefe de la batería y a dieciséis soldados más, clavaron 16 piezas de a 36 pulgadas y 4 obuses, y finalmente prendieron fuego a la batería. Cuando el coronel Howe quiso reaccionar el coronel Aguiar ya se había marchado. De poco sirvió la salida, pues el coronel Howe rehízo la batería y al día siguiente renovó sus cañoneos sobre la ciudad.

22 de julio: nuevo ataque español a la Cabaña.

Visto que se aproximaba el día del asalto inglés al castillo del Morro, Portocarrero ordenó un ataque similar al realizado tres semanas antes, el 29 de junio. Para ello organizó en la plaza una fuerza de 800 hombres con las compañías enviadas desde Puerto Príncipe, puestas al mando del capitán Juan Benito Luján, la compañía de miqueletes del capitán Herrera y la compañía de negros que actuó con ellos. El 22 de julio las tropas cruzaron el canal y desembarcaron al pie de la batería de La Pastora, treparon el monte, mataron sin ruido a los centinelas y atacaron a los primeros destacamentos. Se estableció una confusa lucha cuerpo a cuerpo. Un teniente coronel inglés llamado Steward mandaba uno de los destacamentos atacados y resistió valerosamente la acometida de los españoles hasta la llegada del coronel Carleton con dos batallones, a los que ordenó cargar a la bayoneta.

A pesar del apoyo recibido por el fuego de los cañones de San Telmo, la Punta, la Fuerza y los navíos españoles de la bahía, los españoles no aguantaron la embestida inglesa; tan solo los migueletes resistieron, pero los paisanos voluntarios alistados en Puerto Príncipe se desbandaron. Las bajas por ambas partes fueron tantas que lord Albemarle y el gobernador Portocarrero acordaron un alto el fuego durante todo el día para recoger los cadáveres.

Ese mismo día, 22 de julio llegó a la bahía de la Jagua, en Cienfuegos, el navío Arrogante, transportando 350 soldados de los regimientos de Aragón y La Habana y marineros de la Armada, 2600 fusiles, pólvora y pertrechos, que se trasladaron a la Habana por tierra debido a la presencia de la flota inglesa en las costas occidentales de la isla.

23 - 29 de julio: última semana del asedio.

El 24 de julio el capitán de navío Velasco regresó al castillo, con gran alegría de sus hombres. Le acompañaba el capitán de navío González, marqués de González, quien dejó el mando del navío Aquilón al capitán de fragata Diego de Argote. Su vuelta fue indicada a los ingleses con numerosos disparos de cañón sobre sus posiciones. Junto con el ingeniero Cotilla, Velasco reconoció las minas en las que trabajaban los ingleses, concluyendo ambos oficiales que el castillo estaba a salvo por lo duro del peñasco donde se asentaba la fortaleza y que podrían aguantar un mes más el cañoneo británico. Por otro lado, tanto el gobernador Portocarrero como los miembros de la junta de guerra tenían la esperanza que los ingleses, privados de refuerzos y con las numerosas bajas y enfermedades que sufrían, pronto levantarían el sitio. Las fragatas Perla (50) y Asunción (50), de la Real Compañía de la Habana, y Constanza (24), de la Real Compañía de Caracas, se sumaron a la defensa para cañonear las posiciones británicas del cerro de la Cabaña; la Perla (50) se desplegó en el canal de acceso a la bahía; las otras dos disparaban desde los muelles.

Mientras seguían construyendo sus paralelas en el duro suelo del cerro de la Cabaña, el bombardeo británico sobre los baluartes y castillos de la ciudad y sobre el canal y el puerto continuó incesante desde los tres frentes: el coronel Howe desde las baterías emplazadas en San Lázaro, el mariscal Keppel desde el cerro de la Cabaña y almirante Pocock con los buques de la flota desde el mar. El 25 de julio el baluarte del Ángel y los castillos de la Punta y la Fuerza presentaban muchos desperfectos, de forma que el gobernador tuvo que trasladarse a San Isidro. Ese día la fragata Perla (50) resultó hundida al ser alcanzada por varios impactos de mortero ingleses.

Al amanecer del 29 de julio llegaron frente a la Habana tres buques de guerra escoltando a varios transportes de tropas con 3.500 soldados de refresco: eran los refuerzos reclutados en Nueva York que iban al mando del brigadier Burton. Habían zarpado de Nueva York el 9 de junio y, después de capear un fuerte temporal, el 24 de junio un navío y dos fragatas francesas les encontraron; entablaron combate y perdieron una fragata, la Cherterfield, seis transportes donde iban 400 soldados y numerosos pertrechos. Al saberlo Pocock, empleo un mes entero en recuperar la expedición de Burton. Al llegar a la Habana, se dirigieron hacia la Chorrera, donde desembarcaron con gran júbilo de los ingleses que les esperaban en tierra.

Ese mismo día, los ingleses aflojaran el ritmo de los trabajos de construcción de paralelas; no solo se debió al acierto con que el capitán de navío Velasco había dirigido sus cañones los días anteriores y ocasionando más de 200 bajas a los ingleses; se debió fundamentalmente a que el jefe de Ingenieros MacKellar anunció a sus jefes que al anochecer acabaría de cebar las dos minas excavadas con tanto trabajo y tesón bajo los baluartes de ambos extremos del frente de tierra. Velasco vio movimiento de trabadores y embarcaciones en aquella zona y dedujo que los ingleses se preparaban para el asalto final. Comunicó el hecho al gobernador Portocarrero y preguntó a la junta si debía evacuar el castillo, capitular o combatir. La respuesta que recibió fue ”combatir, resistir el asalto y prolongar la defensa del castillo al máximo.”

30 de julio: el asalto inglés al castillo del Morro.

El día 30 de julio transcurrió bastante tranquilo, con algún disparo esporádico por ambas partes. Lord Albemarle había ordenado que siete compañías escogidas, dos de ellas de granaderos del regimiento Real, y cuatro compañías de zapadores se reuniesen en silencio a las órdenes del teniente coronel Stewart parapetados en espera a que las dos minas explotasen, para saltar por las brechas e iniciar el asalto del castillo.

Los soldados españoles, cansados por tantos días de combate, estaban descansando o comiendo. De repente, a las 13:00 horas, se oyó en el Morro ”una explosión extraña y se sintió también un temblor sordo”. El capitán de navío Velasco, que se encontraba reposando su comida en la sala de armas con el marqués González, envió al capitán Córdoba a informarse de lo ocurrido, quien regresó al poco tiempo diciendo que no había novedad en la fortaleza.

Las minas británicas en efecto estallaron; la del baluarte de Austria, hacia la bahía, no hizo ningún efecto; la del baluarte Texeda, hacia el mar, ocasionó una mínima brecha de apenas un metro de ancho y muy poca altura; la explosión mató a dos centinelas y varios marineros, pero, extrañamente, el piquete de guardia cercano no reparó en la desaparición de sus compañeros, ni pudo ver la pequeña brecha ya que no era perceptible desde el interior. El jefe de Ingenieros Mackellar y el jefe de artillería Leith reconocieron los efectos de la mina y declararon la brecha como impracticable. Pero el artillero Leith se dio cuenta de que el baluarte había sido abandonado por los españoles, pues no oía ruido en su interior. Lord Albemarle aprovechó este golpe de suerte que le enviaba la fortuna y ordenó al teniente coronel Steward que entrara por la brecha al baluarte y asaltara el castillo.

El ímpetu del ataque y la sorpresa fue tal que los marineros que hacían guardia en el baluarte, que se no esperaban la brusca aparición de los ingleses, huyeron despavoridos sin dar la voz de alarma, llevándose consigo a los guardias del parapeto del frente de tierra. El capitán Fernando de Párraga, del regimiento de Aragón, descubrió a los ingleses y se precipitó con doce de sus hombres a la rampa por donde debían subir los británicos para acceder en el interior del castillo. Todos fueron muertos a bayonetazos.

Puesto en alerta por los disparos, el capitán de navío Velasco se dirigió contra los asaltantes espada en mano, seguido por el comandante Montes y el capitán de navío González, al frente de tres compañías, dos de Aragón y otra del Fijo de la Habana. Cuando iba corriendo hacia la plaza de armas, una bala británica penetró en su pecho hiriéndole mortalmente. Mientras el combate continuaba, fue recogido inmediatamente por alguno de sus hombres y llevado al cuerpo de guardia. Allí, antes de desmayarse, ordenó que se defendiese el pabellón nacional. Enardecido por estas palabras, el capitán de navío González se dirigió inmediatamente a la bandera y cogiéndola con la izquierda salió del cuerpo de guardia. Una vez fuera, fue rodeado de enemigos; mató a alguno pero finalmente cayó muerto empuñando el asta de la bandera con la mano izquierda; en la refriega el comandante Montes quedó gravemente herido.

El asalto inglés no pudo frenarse. El capitán Antonio Zubiría y el alférez Marcos Fort, ambos del regimiento de Aragón, cayeron en sus puestos al frente de sus hombres. Les siguieron los oficiales Martín de la Torre y Juan Boca Champe, del regimiento Fijo de la Habana; los tenientes de navío Andrés Fonegra y Hermenegildo Hurtado de Mendoza; y los alféreces de fragata Juan Pontón y Francisco Esguerra; el teniente de navío Juan de Lombardón quedó gravemente herido.

El combate fue corto y ocasionó numerosas bajas entre los españoles. Había sucumbido la mitad de la guarnición y no dejaban de entrar ingleses en el castillo. El capitán Lorenzo Milla, del regimiento de León, jefe accidental de la fortaleza después de la muerte de tantos de sus jefes y compañeros, izó bandera blanca y pidió capitular. El mariscal Keppel no cabía en sí de gozo y aceptó la proposición. Inmediatamente después marchó hacia el cuerpo de guardia para preguntar por el capitán de navío Velasco. Al reconocerle, le abrazó y le besó, y le dejó libre de ir a la plaza a curarse o ser tratado por sus cirujanos.

El balance del asalto fue de 130 muertos en combate, 213 ahogados o muertos en los botes al tratar de huir, 37 heridos y 326 prisioneros españoles; los británicos reconocieron 14 muertos y 27 heridos[05]. Tras cuarenta y cuatro días de asedio ”de trinchera abierta”, el castillo del Morro cayó en manos inglesas por un golpe de suerte. Su toma ocasionó más de mil vidas a los españoles y más de tres mil a los ingleses, que lanzaron un total de 20.300 bombas, granadas y ”ollas de fuego” sobre la fortaleza.

Al divisar la bandera inglesa ondeando sobre el castillo, el estupor cundió en la ciudad. Portocarrero y su junta ordenaron al coronel Caro que protegiera con su caballería los accesos a la ciudad por la puerta de Tierra, y a los jefes de los castillos de la Punta y de la Fuerza y del baluate de San Telmo que dispararan sobre el Morro. A las 18:00 horas el castillo del Morro era un montón de ruinas. A eso hora hubo de suspenderse el fuego, pues los ingleses enviaban desde el embarcadero de la batería La Divina Pastora una lancha con bandera de parlamento con Velasco y Montes, heridos, escoltados por un coronel inglés, para ser cuidados o morir en la Habana.

31 de julio: muerte del capitán de navío Velasco.

A pesar de lo aparatoso, la herida de Velasco no era mortal porque no interesaba ni el pulmón ni ningún órgano vital, pero en el momento de extraer la bala, que estaba demasiado profunda, se le ocasionó una infección que le mató a las 04:00 horas del día siguiente, 31 de julio. Murió en brazos de su sobrino, el alférez de navío Santiago Muñoz de Velasco, que había sido herido días antes en el Morro combatiendo junto a su tío. Velasco fue enterrado el 1 de agosto. A la descarga hecha en su honor por las tropas españolas se unió otra descarga efectuada por los británicos desde el Morro también en su honor y ordenada por lord Albemarle, que reconocían de esa forma su admiración y respeto por el defensor del castillo. Además, el jefe inglés ordenó en su honor la suspensión de las hostilidades el resto del día. El jefe de ingenieros inglés, Patrik Mackellar, escribió en su diario: “desde el principio de aquella guerra, jamás había encontrado su valor más digno enemigo que D. Luis de Velasco, cuya conducta inspiraba veneración a sus mismos adversarios.”

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NOTAS:

    [01] "Relación de la acción...". Zapatero, op. cit., pág. 300.

    [02] Pezuela, a quien seguimos en su relato del asedio y caida de la Habana, afirma que el ataque inglés se produjo al iniciarse el crepúsculo, y que los barcos ingleses coenzaron su cañoneo a las 20:00 horas. Por su parte, Guiteras afirma que el ataque se produjo al amanecer, y Zapatero dice que los navíos se aproximaron al Morro sobre las 10:00 horas de la mañana.

    [03] El camino cubierto es un pasillo de circunvalación, construido a cielo abierto, que recorre por su interior el muro exterior del foso de una fortaleza; se denomina cubierto por tener una profundidad suficiente para que la guarnición del castillo pudiera circular por él al abrigo del fuego directo del enemigo.

    [04] Las compañías iban mandadas por los capitanes de milicias Juan Benito Luján, José Guijarro, José Quesada, Esteban Barona, Gregorio Velasco, Diego de Velasco y Pascasio Guerra. Pezuela, op.cit, pág. 47.

    [05] Placer, op. cit., nota 11.