Tomada la fortaleza del Morro, lord Albemarle no esperó a que finalizaran las baterías que estaba emplazando en el cerro de la Cabaña sobre la bahía, sino que el 1 de agosto ordenó comenzar de inmediato el bombardeo de la ciudad desde el castillo del Morro. Simultáneamente, sus tropas proseguían con los trabajos para establecer catorce baterías con 77 piezas contra la Habana: diez baterías con 45 cañones de a 24 y 36 pulgadas y cuatro con 32 obuses y morteros.

Ese día le llegaron a lord Albemarle 2.000 hombres más de refresco procedentes de Nueva York a bordo de buques de transporte escoltados por las fragatas Echo y Thunder, que desembarcaron en La Chorrera. Los mandaba un tal brigadier Burton, quien encabezó una columna de unos 2.000 soldados y dos piezas a lomo para dirigirse inmediatamente a Jesús del Monte y lomas de Luz, al suroeste de la ciudad. Apercibido el coronel Caro de este movimiento, y decidido a impedir que los ingleses cortaran las comunicaciones de acceso a la ciudad, se dirigió con sus fuerzas contra la columna inglesa, la interceptó en su camino, intercambió varios disparos con la columna y los ingleses retrocedieron hasta las casas del Horcón, donde acantonaron.


Disposición de las fuerzas de defensa españolas en la Habana y de la Artillería británica emplazada en el cerro de la Cabaña en el día 11 de agosto de 1762 (Fuente: Biblioteca Nacional de España).

El movimiento del brigadier Burton causó alarma en la ciudad, de forma que, al día siguiente, 2 de agosto, la Junta de Guerra llamó a las partidas de Fernando Herrera y del coronel Aguiar para que entraran en la plaza a engrosas las tropas de la defensa. A su vez, varios habitantes y autoridades de la ciudad comenzaron a sacar sus bienes de la ciudad en mulas y acémilas.

Mientras tanto, lord Albemarle ordenó al general Elliot que se ocupara de las baterías del cerro de la Cabaña y de las operaciones en el campo al este de la ciudad mientras él se dirigió al campamento de San Lázaro, donde desembarcó el 5 de agosto, con el fin de impulsar el trabajo de excavación de paralelas contra la plaza. Ese mismo día, el paisano Bernet atacó a los ingleses en estos tajos con sus 300 milicianos y varios de los dragones de Edimburgo, logrando matar a varios ingleses y desalojarlos del lugar. El brigadier Burton llegó con su columna al lugar de la refriega y Bernet tuvo que abandonar el sitio. Mientras tanto, varios paisanos introdujeron doscientos fusiles y otros pertrechos enviados desde Santiago de Cuba.

El 6 de agosto, el gobernador Portocarrero, que veía como los ingleses extendían sus paralelas al oeste de la ciudad, que estaban finalizando las baterías en el cerro de la Cabana y que se extenderían por el este de la ciudad en cuanto las acabaran, ordenó a todas sus fuerzas disponibles que entraran en la ciudad para defenderla, quedando fuera de la plaza tan solo las escasas fuerzas de caballería del coronel Caro y el capitán de navío Madariaga. Para proteger el astillero y el arsenal de la Armada, pegados a extramuros al sur de la plaza, se construyó en dos días de trabajo a destajo un pequeño ”cuadrilongo” en la loma del Soto donde se emplazaron seis cañones de 24 y 16 pulgadas, quedando su defensa al mando del capitán de navío Juan Antonio de la Colina (del navío América)[01]. Se instalaron varios cañones más de 24 y 18 pulgadas para reforzar los ya existentes en los castillos de la Punta y la Fuerza y varios baluartes de la ciudad. Además, se improvisaron hasta once baterías flotantes con dos cañones cada una que fueron repartidas a lo largo de la muralla del mar, y se mezclaron entre ellas dos goletas armadas para unir sus fuegos a los cañones de las baterías flotantes. El incombustible navío Aquilón y dos fragatas se desplegaron delante del castillo de la Fuerza.


Nuevas fortificaciones de la Habana, comenzadas a construir a partir de 1763, tras recuperar la plaza de los británicos por el tratado de paz de París (Fuente: elaboración propia sobre un mapa de la Biblioteca Virtual de Defensa, Ref: CUB-145/18).

El 9 de agosto se introdujeron en la plaza quinientos fusiles enviados desde la Jagua, mientras corrían rumores en la ciudad de que el gobernador de Santiago de Cuba estaba preparando una expedición de un millar soldados y voluntarios para socorrer la ciudad. Durante la segunda semana de agosto un engañoso silencio se abatió sobre la ciudad, presagio de males mayores, pues los cañones ingleses no dejaron de disparar sobre ella.

Sobre las 10:00 horas del 10 de agosto un parlamentario inglés se presentó ante Portocarrero llevando un pliego de lord Albemarle en el que le solicitada su rendición, ”porque tal vez no podría impedir a la tropa que sacrificara al filo de la espada a cuantos hallara con las armas en la mano”. El gobernador se reunió con la Junta de Guerra para discutir el asunto, y a las 14:00 horas contestó ”que sus obligaciones, heredadas y juradas de emplear en la defensa de la plaza los esfuerzos que le dictaban el honor y la fidelidad a su soberano, no le permitían condescender con sus proposiciones; y que aun contaba con medios para prolongarla y esperar su feliz éxito”. El resto del día transcurrió con tiroteos entre las avanzadas inglesas y los españoles, al tiempo que otros mil quinientos fusiles llegaron a la ciudad.

Tras haber pasado una noche tranquila, al amanecer del 11 de agosto los ingleses rompieron un violento fuego contra la ciudad desde las baterías de San Lázaro, el Morro, el cerro de la Cabaña y una reducida escuadra de cinco navíos. Los cañones españoles contestaron al fuego enemigo, pero su superioridad en número y calibre de los cañones se hizo sentir. A las 10:00 horas, el castillo de la Punta, cuyo jefe era el capitán de fragata Fernando de Loxtia por enfermedad del capitán de navío Briceño, estaba reducido a escombros, con todos sus cañones desmontados y sin ningún parapeto en pie; su guarnición tuvo que abandonarlo y refugiarse en la ciudad; El baluarte inmediato se derrumbó matando a cincuenta personas. Una hora después los baluartes que daban al mar estaban destridos. El castillo de la Fuerza recibió un importante castigo, muriendo muchos de sus defensores y siendo derruidas sus murallas. Las once baterías flotantes recibieron tantos proyectiles y metralla que tuvieron que retirarse. El navío Aquilón se retiró por dos veces obligado por los obuses que caían sobre él y el incendio que se originó en su interior. Las bombas, metralla y ollas de fuego arrasaban las calles de la Habana en la dirección de disparo desde la Cabaña, de este a oeste. Nadie dudaba de que si la Habana no se rendía la ciudad quedaría reducida a escombros. A las 14:00 horas el gobernador aceptó izar una bandera blanca, momento en que inmediatamente callaron los cañones ingleses. Portocarrero envió al sargento mayor Antonio Ramínez Estenoz para discutir los términos de la capitulación con lord Albemarle.

Totalmente alejado de la realidad, el jefe de escuadra Hevia solicitó a los ingleses que le dejaran marchar con la escuadra, transportando a la guarnición de la plaza y el erario público, que se declarara la Habana como puerto neutral hasta la llegada de la paz y que se ampliara esta neutralidad a ciertas aguas circundantes hasta Campeche. Portocarrero apoyó esta pretensión, y las negociaciones con los británicos duraron más de treinta horas, en las cuales se estuvo a punto de romper relaciones y volver a las hostilidades, cuyo resultado hubiera sido la destrucción completa de la Habana.

Tanto lord Albemarle como el almirante Pocock estaban cansados de tanta sangre y destrucción, querían dar descanso a sus hombres y no deseaban capturar una ciudad destruida, por lo que finalmente, el 12 de agosto convinieron con los españoles una capitulación de 22 puntos, cuyo resumen es el siguiente:

  • Que la guarnición veterana de Infantería, Caballería y Artillería saliera el 20 de agosto por la puerta de Tierra con todos los honores militares, arma al hombro, tambor batiente, bandera desplegada y dos cañones, pudiendo conservar los generales, jefes, oficiales y soldados todos sus equipajes y efectos de su propiedad particular, y que los milicianos y voluntarios entregasen el armamento a los comisarios ingleses.

  • Que la religión católica quedaría mantenida sin la menor restricción ni impedimento, y conservadas todas las corporaciones religiosas en el pleno goce de sus derechos, rentas y atribuciones, con la reserva de que había de ejercer el gobernador inglés el vicereal patronato, en lugar del español, sometiendo el obispo a su aprobación los nombramientos de párrocos y demás empleados eclesiásticos.

  • Que la escuadra, la artillería, los almacenes, los caudales, los tabacos y todos los efectos públicos serían entregados por inventario a los comisionados nombrados por los generales ingleses para recibirlos.

  • Que todas las tropas de mar y tierra serían transportadas a España a cargo del Gobierno inglés, y en consideración a su edad y alta jerarquía militar quedaron autorizados el conde de Superunda, don Diego Tabares, el capitán general don Juan de Prado Portocarrero y el marqués del Real Transporte, para escoger los buques más cómodos y embarcarse cuando les conviniera con sus familias, criados, equipajes y caudales particulares.

  • Que serían respetadas las propiedades de todos los habitantes del país, y mantenidos en sus derechos y privilegios los que los tuvieren, permitiéndose salir de la Isla por su cuenta al que quisiese, enajenando o no sus bienes.

  • Que todos los empleados civiles que lo desearan serían trasladados a España bajo las mismas condiciones que los militares, a excepción de los que tuvieren cuentas que rendir, cuya ausencia se dilataría hasta que dejaran cubiertos sus respectivos compromisos.

  • Que los jefes, oficiales e individuos de tropa y de marinería que por sus heridas y dolencias no pudieran embarcarse, permanecerían en sus casas y en los hospitales bajo la protección de los ingleses, pero a expensas de un comisario español.

La Habana capituló tras dos meses y seis días de ataque inglés. La defensa costó la vida a 2.910 hombres, sin contar a los esclavos negros que participaron en ella. Sólo sobrevivieron unos 900 hombres que, según Hevia, ”solo se diferenciaban de los muertos por la respiración”.


Plano de la plaza de la Habana, su bahía, navíos y fortificaciones exteriors, atacadas por mar y tierra por los ingleses en 1762 (Fuente: Pezuela, op. cit., pág. 73).

El 14 de agosto (otros dicen que fue el 13 de agosto) el mariscal Keppel entró en la ciudad a las 10:00 horas con quinientos hombres para tomar posesión de las ruinas del castillo de la Punta y del baluarte y puerta adyacentes y el coronel Howe ocupó la Puerta de Tierra con sus dos batallones de granaderos; lord Albemarle entró en la ciudad por la tarde al frente de un numeroso cuerpo de su ejército.

El 15 de agosto el intendente de Marina Lorenzo de Montalvo comenzó los trámites administrativos para ceder los barcos españoles y sus materiales a los ingleses. Este oficial tuvo la previsión de ocultar abundantes géneros y pertrechos del Arsenal, evitando con ello que cayeran en manos de los enemigos o su destrucción. Además, durante la ocupación de la plaza trató de alentar un levantamiento contra los ingleses, pero, descubierto, hubo de huir para no ser detenido.

Varias fragatas inglesas se dirigieron a tomar posesión de Matanzas y Mariel, mientras destacamentos de tierra se dirigían a los pueblos de alrededro de la Habana.

Los ingleses gobernaron la Habana tan solo diez meses, pues tuvieron que devolverla a raíz del Tratado de París. Durante ese tiempo tan solo dominaron en la capital y en Matanzas, pues el resto de la isla se negó a reconocer el dominio inglés y al rey Jorge III. En este tiempo el gobernador de Santiago de Cuba, Lorenzo de Madariaga, preparó una campaña de reconquista de la Habana con las fuerzas de las que disponía en el resto de la isla y con refuerzos franceses llegados de Guarico, en la isla de Santo Domingo. Finalmente, no llegó a realizar el ataque porque le llegó la noticia de la firma de la paz en París y la devolución de la Habana.

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NOTAS:

    [01] En la loma del Soto se construyó posteriormente el castillo de Atarés, que se conserva actualmente en la Habana como museo.